Cuba sin combustible para cocinar: “Es mejor ponerse flaco que volverse loco”
25 de junio de 2024
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n el pasado mes de mayo la creciente inseguridad energética
en la Isla llegó a su más alto pico de tensión. Mientras los cubanos se batían con 40 C0 sostenidos de temperatura, el déficit de energía alcanzó los 3.360 MW. El parque energético del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) ya bastante obsoleto, contaba con más de una decena de centrales termoeléctricas y equipos electrógenos fuera de funcionamiento. En consecuencia, en todas las provincias del país se registraron cortes de electricidad casi diarios, de entre 4 a 18 horas, según el territorio.
Aunque la escasez de energía pareciera temporal y se reitera cada año en el marco del verano, las condiciones han empeorado paulatinamente llevando a los cubanos a soluciones cada vez más rebuscadas, que incluso ponen en mayor riesgo la salud de la población. En esta columna, Food Monitor Program evalúa el agravamiento de la inseguridad energética en Cuba, su impacto en el acceso, conservación y elaboración de los alimentos, y el riesgo que entrañan los combustibles alternativos.
La importancia de la energía eléctrica en la seguridad alimentaria
La seguridad energética se entiende como el proceso ininterrumpido de asegurar la cantidad de energía que se necesita para mantener la vida y las actividades diarias de las personas, garantizando al mismo tiempo su asequibilidad. En su defecto, la inseguridad energética afecta al suministro y la sostenibilidad de las necesidades básicas de los seres humanos. También obstaculiza el crecimiento económico de un país, la estabilidad política, así como el desarrollo general y la seguridad de otros sectores, como la agricultura y la industria manufacturera.
El rasgo físico de esta inseguridad incluye las deficiencias en las infraestructuras, que pueden provocan daños económicos y exposiciones nocivas, como la rotura de electrodomésticos. El rasgo conductual refiere las estrategias para hacer frente a los impactos de dicha inseguridad, pero que resultan negativas y suponen riesgos para la salud y la seguridad personal, como la cocción con combustibles sólidos contaminantes e inflamables. En general, la inseguridad energética provoca una serie de consecuencias sanitarias, medioambientales y sociales adversas.
Hace casi dos décadas que ocurrió en Cuba la llamada Revolución Energética, un programa gubernamental que reemplazaría equipos electrodomésticos viejos, por otros de fabricación china. Dentro de este proyecto, un tercio del país migró casi exclusivamente a la cocción mediante energía eléctrica (utilizando arroceras, ollas reinas y cocinas eléctricas o de inducción). Aunque este giro debía garantizar patrones de consumo positivos y más ahorradores, tres años después la demanda total de energía había aumentado en un 33% haciendo a muchos territorios dependientes totalmente de la energía eléctrica para la elaboración de los alimentos.[1]
Pero incluso en provincias que han usado un sistema híbrido (gas y electricidad), los cortes de energía están golpeando tanto la capacidad física de cocción como la habilidad de reponerse emocionalmente a estas condiciones “extremas”. En ausencia de otros recursos, la primera postura es el sacrificio personal y no contemplar demasiado la falta de inocuidad de los alimentos. En este caso, una residente en Santa Clara, de 23 años, que experimenta días de entre 8 y 13 horas sin electricidad, comenta a Food Monitor Program:
Yo no tengo estrategias, ni pienso que la comida puede estar en mal estado, me la como así mismo. Si lo pienso mucho no me la como.
Ante la posibilidad de que los refrigeradores colapsen frente al esfuerzo diario de re-enfriar bajo 40 grados de temperatura, muchos hogares han optado por desconectarlos definitivamente y comer “al diario”, como comenta la misma persona:
Hago cosas que no se echen a perder, arroz y ensalada llevo comiendo más de una semana, no me arriesgo a comprar un pedazo de carne, que posiblemente ya esté echada a perder cuando la compre. Yo no tengo alternativas, mi refrigerador es viejo y demora para arrancar casi una hora después de que llega la corriente, tengo miedo de que se me rompa incluso por la gracia de la luz.
Otra opción utilizada por las familias cubanas es revender los alimentos que habían conseguido y congelado, para invertir el dinero recuperado en alimentos de más fácil preservación. Otros no tienen esa posibilidad, una residente en el Mariel, de 27 años, que enfrenta hasta 10 horas sin electricidad afirma:
La comida se me echa a perder, algunos huevos se me han puesto culecos, y tuve que botar varios muslos de pollo porque se estaban poniendo verdes. Esto es imposible la verdad. A veces unos vecinos que tienen una planta me guardan la leche o me la congelan, pero ya me da pena porque en la cuadra todos le piden ese favor.
En Mayabeque, un residente de 40 años explica el impacto que tiene la inseguridad energética y alimentaria en su equilibrio emocional:
Te acuestas de mal humor y te levantas de mal humor. Tengo que inventar qué desayunar porque no hubo corriente en la panadería para el pan del desayuno, y yo no gano para estar comprando jabas de pan diariamente. La verdad no tengo alternativas y mi única realidad es que hay que aguantar, es mejor ponerse flaco que volverse loco.
Esta carga es doble si consideramos la responsabilidad de los cuidadores para con los menores o los ancianos en el hogar. Entonces hemos identificado tanto mayor naturalización de la situación como un sacrificio adicional. Un residente en Pinar del Río, de 42 años considera que:
A mí no me afecta tanto, pero a los niños sí. Yo viví el Período Especial y estoy acostumbrado a pasar trabajo, pero ellos no. Si la comida se me echa a perder yo trato de recuperarla como sea y me como lo que más comprometido está. Los alimentos para los niños los trato de guardar en casa de un vecino que tiene freezer. Pero como la carne no aguanta 10 horas sin frío ya yo estoy cocinando como puedo y lo que puedo.
En conjunto, Food Monitor Program pudo registrar técnicas de preservación de alimentos como el salado, aunque esta resulta bastante difícil teniendo en cuenta que la sal es uno de los productos que actualmente también escasean. Según el tipo de carne, también se recurre al ahumado o a la preservación en la propia grasa, aunque esta práctica es más común en zonas rurales más autosuficientes, y las verduras están siendo mayormente tratadas en técnicas de encurtido. Pero esto no asegura poder evitar que restos de una comida se corrompan pasadas unas horas. Para ello una residente en Camagüey de 38 años explica:
Con estos calores la comida se te corta y una no está como para botar las sobras. Yo lo que hago es como un sellado al vacío. Meto los restos en una olla de presión, le doy un poquito de tiempo y cuando coge vapor le dejo el pistoncito puesto y la apago. Esa presión dentro permite que tire hasta la próxima vez que la habrá en el día. Claro, esta no es una solución para todo, y a veces se me quema un poco, pero hay que comerla igual.
El riesgo de cocinar con combustibles nocivos
Una de las principales consecuencias de la inseguridad energética en el contexto cubano es la ausencia de combustible para cocinar los víveres. Ante esta realidad, el Gobierno comenzó a vender en las provincias orientales, una lata de carbón por núcleo familiar, de forma racionada y controlada. Food Monitor Program indagó al respecto y recabó testimonios como el siguiente:
Solo están vendiendo una lata de carbón por libreta a 150 pesos. No permiten comprar más que esto, el precio del carbón vendido por los particulares obviamente está subiendo de precio.
(…)
Estima que un saco de carbón se llena con alrededor de tres latas. Con una lata solo se cocina unos días, cosa que depende también de la calidad del carbón, pero normalmente dura menos de una semana
Junto a las alternativas no saludables para la preservación y el consumo de los alimentos esta nueva medida de urgencia no está exenta de riesgos. Ahora, que los cortes de electricidad tienen lugar en los horarios mayor demanda, y que los depósitos estatales de gas licuado llegan a límites imprevistos, los cubanos no tienen más opción que recurrir a formas de cocción inseguras y tóxicas.
Tanto en las ciudades como en zonas rurales, aunque con mayor preeminencia en zonas periurbanas y en hogares de bajos ingresos, la población ha comenzado a utilizar combustibles sólidos como leña, carbón y residuos para cocinar. Esta cocción se realiza en fogones abiertos e improvisados, en estufas de mal funcionamiento y sin los utensilios requeridos para ello, a veces en patios de tierra o cimentados, a veces en vías públicas frente a la vivienda, o incluso dentro de espacios mal ventilados.
En estos procesos, la combustión incompleta libera partículas con componentes nocivos para la salud humana.[2] Algunas de las complicaciones más comunes son latidos irregulares, función pulmonar reducida, asma agravada, síntomas respiratorios aumentados como irritación y dificultad al respirar. También implica riesgos fatales como la muerte prematura en personas con enfermedades cardíacas o pulmonares e infartos de miocardio. Esta exposición tiende a afectar principalmente a niños y adultos mayores, además de a aquellas personas a cargo de los cuidados del hogar, que se ocupan más largamente con estos combustibles nocivos y que son mayormente las mujeres.
La carga de cocinar en las féminas cubanas se extiende si consideramos que no solamente se exponen a combustibles inflamables y contaminantes, sino que anteriormente deben haber asegurado qué cocinar y cómo. Al respecto Food Monitor Program pudo recoger testimonios en La Habana, donde las colas nocturnas a la espera del gas licuado resultan infructuosas. Una vecina de 37 años cuenta:
Una vecina me vino a ver para preguntar si yo tenía palos con qué hacer una fogata. Ella lleva dos días cocinando en el patio de su casa por no tener gas y con estos apagones. Me dijo que ya no iba a “coger lucha”, que si no conseguía con qué cocinar ella y sus hijos no comían y se acabó.
Por supuesto, estas condiciones extienden su impacto a ámbitos diarios aparentemente desligados de la inseguridad energética y alimentaria, como el trabajo y el estudio. El ausentismo laboral y escolar se ha elevado según los mismos testimonios recabados, ya que el 90% de las madres con las que conversamos aseguró no enviar a sus hijos a la escuela al menos un día a la semana, tras no haber conseguido combustible para cocinar o haber pasado una noche en vela sin electricidad, con calor y mosquitos.
Otros colaboradores también afirmaron no asistir a los puestos de trabajo que lo requirieran (aquellos que son compatibles ya optan por teletrabajo como parte del programa que cada instituto o centro emprende para ahorrar energía) ya que deben encargarse de conseguir alimentos y combustible con el que cocinarlos. Esta puede ser una búsqueda mayor, ya que incluso a la hora de extraer el salario en los cajeros automáticos se vuelve un problema si ese sector de la ciudad no tiene flujo eléctrico.
La inseguridad energética no solo afecta el presente de los cubanos, sino que interviene directamente en su calidad de vida a futuro. Sin energía los sistemas alimentarios nacionales no pueden producir o elaborar alimentos. Una muestra de una debacle no tan reciente, y que viene anticipándose desde hace un tiempo, es que según informe de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en los últimos cinco años ha habido retroceso de un 67% de la producción nacional de alimentos. [3] Junto a la falta de incentivos y de importación de materia prima, otro componente ha sido la escasez de energía eléctrica en los centros de elaboración y procesamiento.[4]
Los pronósticos dentro de esta situación no parecen más que agravarse en una temporada ciclónica en el Caribe que promete ser más activa de lo habitual, con la consabida afectación que los fenómenos naturales, como los huracanes, provocan a la infraestructura nacional. La consecución de la seguridad energética depende de factores como los recursos naturales disponibles, la situación económica nacional, y también del sistema político y sus relaciones internacionales que determinen un sistema de importación sustentable. Por lo tanto, no queda más que esperar, sino demandar, una inversión a largo plazo destinada a recuperar el sistema eléctrico nacional sin parches temporales, y con enfoque en el aseguramiento de una producción alimentaria sostenible para todos los cubanos.
[1] https://eltoque.com/cocinar-en-apagon-y-conservar-alimentos-sin-electricidad-cuba
[2] Ezzati, M., Lopez, A.D., Rodgers, A., Vander Hoorn, S., Murria, C.J.L y Comparative Risk Assessment Collaborative Group. (2002). Selected major risk factors and global and regional burden of disease. Lancet, 360: 1347-1360.