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"Las múltiples caras de la pesca en Cienfuegos"

18 de junio de 2024

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  entro del complejo mitológico de los aborígenes autóctonos 

que habitaron la ciudad sureña de Cienfuegos, ya se hacía referencia a abundantes peces y tortugas en la bahía de Jagua, la que se asociaba simbólicamente con la maternidad, la fertilidad y la abundancia. Consecuente con la estructura común de la exquisita moral neolítica, cuyas evidencias se encuentran en todas partes del mundo, ya sea en restos arqueológicos o dispersas en mitos y leyendas, la cosmogonía siboney del centro-sur de Cuba establecía roles para cada elemento o deidad representada en su oralidad, contada y preservada por siglos alrededor de las hogueras que se alimentaban de mangle, llana y otras maderas de corazón duro en los litorales del mar caribe.

 

La bahía, hermosa y exuberante, como todo ser inanimado-consciente que habitaba las historias aborígenes, tenía el “deber” de alimentar a los habitantes de sus alrededores. Estos, a su vez, la veneraban, la cuidaban y establecían vínculos emocionales con ella que perduraban por generaciones.

Cienfuegos nació y ha existido la mayor parte de su tiempo como una ciudad eminentemente marinera y comercial. La pesca y el comercio de pescados, mariscos y moluscos es parte de su identidad cultural arraigada, que ha dado forma a las mentalidades y costumbres locales durante cientos de años, generando empleos, formas de vida y prácticas socioculturales cuyo valor patrimonial no es cuantificable.

 

Sin embargo, la cruda realidad de la Cuba materialista del siglo XXI, cuya sociedad decadente es un subproducto de la aplicación forzosa del sistema comunista, autodenominado “etapa superior del desarrollo” de la conciencia humana, dista mucho de aquella armonía existencial que mantenían los habitantes de estas mismas tierras con los recursos de la naturaleza que les servían como base para la vida en comunidad.

¿Qué ocurre con la pesca hoy?

 

Como otras tantas actividades económicas, la pesca está fuertemente regulada por el gobierno comunista, quien se otorga el derecho exclusivo de explotar las aguas nacionales con una exigua flota pesquera cuyo principal objetivo es capturar para la exportación y, en menor medida, para el turismo internacional. Poco, muy poco de la 2 abundante fauna acuática que rodea el centro-sur de la Isla llega a la mesa del cubano de a pie y, cuando lo hace, es a través de canales oscuros, ilegales, perseguidos.

 

Muy pocos individuos poseen el permiso para pescar; menos aún, los medios e insumos para hacerlo. La posibilidad de contar con un pequeño bote de motor para un ciudadano común es casi inexistente. Los botes no se pueden importar ni fabricar realmente, al menos en la provincia de Cienfuegos ya que, aunque existe la Ley 115, disponible en la Gaceta Oficial No. 034 Extraordinaria de 4 de noviembre de 20131 que plantea en su artículo 15.1: “La propiedad de los buques, embarcaciones y artefactos navales se puede adquirir por construcción, presa marítima y abandono”, de facto está prohibido por las autoridades locales, quienes sin haber publicado normativa oficial alguna u ofrecer explicaciones que consten en documento público sobre este asunto, mantienen retenidos los permisos de fabricación desde hace varios años

Además los pequeños botes de remos son extremadamente caros y escasos para comprar; excepto para aquellos que sean altos jerarcas revolucionarios jefes del Ministerio del Interior (MININT), sobre todo relacionados con las actividades de puerto, capitanía o guardafronteras.

Por tanto, se ha creado desde hace muchos años una compleja red de suministro de pescado en la ciudad que abastece a la población a un nivel muy básico. No obstante, esta ni siquiera se acerca a cubrir la demanda y cuyos precios están muy lejos del poder adquisitivo del trabajador. Esta red se alimenta de los pocos pescadores furtivos que se atreven a desafiar a las autoridades locales y ponen en peligro sus vidas en embarcaciones rústicas, hechas con materiales reciclados. A ellos se suman algunos “orilleros”, quienes pasan días enteros en muelles y viejas estructuras de hormigón en el litoral para capturar pequeñas piezas que luego venden al detalle en diversos puntos de la ciudad, donde es menos probable que las autoridades los detengan.

 

Por estas razones, la libra de pescado se cotiza actualmente entre 200 y 400 pesos, dependiendo del tipo y la calidad. Las varias formas de venta también inciden en el precio. Se promocionan en los grupos de ventas locales de Facebook, se exhiben con discreción en puntos específicos en barrios costeros o se llevan a domicilio por vendedores ambulantes que manejan el peligroso arte de eludir a inspectores y policías.Interesante resulta la estrategia de los vendedores de puestos fijos de mantenerse junto a la bandeja de pescado escamando o eviscerando la captura para, en caso de aparecer un inspector o policía, explicar justificar la exposición pública con la limpia del pescado fuera de casa para evitar moscas y malos olores. Esto trae consigo que las actividades de limpieza y venta se realicen en ocasiones cerca de aguas albañales y vertederos, lo cual expone el producto a todo tipo de contaminación cruzada.

La variedad de la oferta depende de la estación y del nivel de control —variable pero siempre fuerte— que estén ejerciendo los inspectores en esos momentos. Casi todo el año se pueden encontrar capturas pequeñas de menor demanda: sardina escamúa, sardina española, bocón, patao, machuelo, chopa, ronco blanco, ronco de piedra, jocú, casabillo mojarra y otros similares. Estos se venden en forma de minutas o en paquetes a domicilio, como las sardinas, cuyo peso oscila por lo general entre 2 y 4 libras, pudiendo llegar a costar hasta 600 pesos.

 

Las piezas más grandes y apetecibles son mucho más difíciles de encontrar, estacionales casi siempre, caras y elusivas. Son las que los inspectores prefieren “decomisar en función del bien público” y los vendedores se esfuerzan por esconder de la vista de los delatores y vigilantes barriales; quienes, no pudiendo acceder a tan demandado manjar, prefieren regocijarse en el “placer” ruin de verlo decomisado que aprovechado por otro cubano con mejor poder adquisitivo. Estas capturas suelen ser: pargo, cubera, sable, raya, róbalo, plateado, bajonao, jurel, jiguagua, bonito, albacora, guaguancho, rubia, biajaiba, liseta y hasta picúa; esta última, siempre y cuando el saber popular asegure que no está ciguata y se encuentre apta para el consumo.

 

Sin embargo, tanto plebeyos como cortesanos del Partido Comunista y sus agentes represores gozan de los frutos de la pesca ilícita cada vez que tienen una oportunidad, pues, como dicen en las calles, “el pescado bueno le gusta a todo el mundo”. Los mismos policías que en horarios de servicio decomisan, aplican multas y detienen vendedores ilegales de pescado, en otras ocasiones pasan por los puntos identificados previamente para llevarse el suyo, a veces con “una rebajita de cortesía” o como “regalo”; astucia del vendedor para ser tolerado como un mal menor dentro de la sociedad socialista, donde hasta hace solo un par de décadas se le consideraba un parásito despiadado que succionaba las magras ganancias de un proletariado agradecido con su gobierno.

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