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En nombre de Food Monitor Program queremos abrir este espacio para expertos y expertas en materia de seguridad alimentaria y tu perfil resulta muy interesante por toda tu trayectoria y conocimientos, en especial en la medición para el caso mexicano. Y es precisamente sobre esto que quisiera comenzar el diálogo contigo. ¿Cuál ha sido esa trayectoria en términos de medición de seguridad alimentaria? ¿Cómo te involucraste en la escala mexicana y la forma en que aparece esta medición relacionada en términos de la pobreza?

Mi experiencia empieza como funcionaria pública en el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), que es justamente la instancia encargada por ley para medir la pobreza y evaluar programas sociales en México. Es una instancia que se crea en 2006 con una ley de 2004; o sea, es un proceso relativamente nuevo de institucionalización de una forma muchísimo más técnica, transparente, un poco más rigurosa, pública, de tener mediciones oficiales, en este caso de pobreza, que México no tenía antes. Había varias instancias que generaban sus propias estimaciones de pobreza, pero no había una medición oficial como tal. Alrededor de esta idea de crear una medición oficial se establece todo un andamiaje institucional, normativo, con instituciones específicas, organismos particulares, toda una infraestructura dentro de la administración pública federal.

Además, esa misma ley, la Ley General de Desarrollo Social que le da creación al CONEVAL, establece cuál es el enfoque que debe tomar la medición. Dado que en esta misma ley se incluyen varias dimensiones como necesarias para el acceso al ejercicio de derechos sociales y económicos, se intuye o instruye a que la medición que genere este instituto del CONEVAL sea multidimensional. La medición oficial de pobreza en México nace con un enfoque multidimensional en el espíritu de esta ley, que incluyó voces expertas de sectores públicos, académicos, institucionales, de rangos internacionales, etc.; que ya hacían muy clara la necesidad de trascender una visión de la pobreza que estuviera exclusivamente basada en el ingreso, una visión económica. Entonces, se amplía esta visión hacia un enfoque multidimensional y parte de las dimensiones que la ley incluye (la Ley General de Desarrollo Social) es el acceso a la alimentación. Su deber es hacer una investigación exhaustiva, profunda, rigurosa, para conocer o crear, en su caso, metodologías para la medición de cada una de las dimensiones.

Ahí nos encontramos con la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria (ELCSA), que es una escala muy promovida por la FAO desde su proyecto específico “Voces del Hambre”, que utilizaba ya este tipo de instrumentos. Más o menos a partir de que nace el concepto de seguridad alimentaria en los años 70, empieza el desarrollo de metodologías y, hacia finales del siglo pasado, ya empiezan a ser cada vez más populares ese tipo de escalas de percepción y experiencias de las personas con dificultades del acceso a una alimentación con ciertas características, que tendían a perfilarla como una alimentación adecuada. O sea, por ejemplo, variada, nutritiva, cantidad suficiente y sobre todo estable, ¿no? Entonces, crean este tipo de escalas.

Nosotros encontramos que la Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad Alimentaria tiene características que se adecuan al contexto mexicano y se adopta como el instrumento de medición de esa dimensión de acceso a alimentos, en particular en el marco de la medición de la pobreza. Se hacen algunos ajustes técnicos. Esta escala es algo larga para las fuentes de informaciones de las que dependemos para hacer la medición de la pobreza. Pasa de 16 preguntas a 12, haciendo una adaptación, validada tanto estadística como cualitativamente para garantizar que el entendimiento del constructo de lo que estaba midiendo siguiera estando. Se incluye en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, que es la fuente oficial, con la que CONEVAL mira todas las dimensiones de la pobreza a nivel nacional y estatal. Y se adapta una metodología de puntajes para que sean los niveles más severos de inseguridad alimentaria identificados por la escala los que entren dentro de la medición de la pobreza.

La escala identifica cuatro niveles: seguridad alimentaria, inseguridad alimentaria leve, moderada o severa. La metodología del CONEVAL decide que los niveles moderados y severos son los que se van a considerar en una situación de vulnerabilidad en el acceso de la alimentación, combinada luego con el resto de las dimensiones para explicar si la población está o no en pobreza. Como nota al pie, de acuerdo con esta metodología, las personas que están en pobreza son quienes perciben un ingreso corriente total per cápita inferior al costo de la canasta básica, que incluye elementos alimentarios y no alimentarios; y presenten al menos una carencia social —según la metodología— en alguna de las dimensiones adicionales de la medición, como pueden ser educación, salud, alimentación, vivienda… Están en pobreza extrema quienes presenten tres de estas carencias, una de ellas pudiendo ser alimentación, y tengan además un ingreso menor al costo nada más de la canasta alimentaria; o sea, personas que no podrían adquirir una canasta alimentaria básica aun haciendo uso de todos sus ingresos y con carencias en el resto de los rubros de alimentación, de salud, de vivienda.

Así, esta metodología nos permite no solo saber quién se encuentra en situación de inseguridad alimentaria, sino también cómo se combina la inseguridad alimentaria con otro tipo de carencias sociales y con la pobreza y pobreza extrema en términos más generales. A partir de esta metodología es que México cuenta ya con instrumentos estadísticos que incluyen la escala. También se incluye con posterioridad en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, del sector salud, con una periodicidad un poco irregular; pero que es otra fuente de información mediante la cual obtenemos estimaciones de seguridad alimentaria en México. Y esa encuesta la podemos relacionar con otros temas de salud como sobrepeso, obesidad, desnutrición.

Entonces, hemos fortalecido la capacidad institucional para dar cuenta de este fenómeno a partir de metodologías específicas como la escala; además de otro conjunto de indicadores.

Nosotros, desde Food Monitor, hemos trabajado la inseguridad alimentaria sin tener esa relación con la pobreza; es decir, no lo hemos involucrado como una suerte de variable independiente de la pobreza. Quisiera preguntarte entonces, ¿cómo consideras una aproximación exclusiva a la inseguridad alimentaria y a encontrar los factores que conducen a esa inseguridad alimentaria desde el punto de vista de diferentes variables? Por ejemplo, el acceso, el consumo, etc., para entender efectivamente cómo se conduce. Yo creo que son dos enfoques bien diferentes. Pero sí me gustaría saber porque hay muchas aproximaciones que toman la inseguridad alimentaria en función de la pobreza y otras, como decías, desde la perspectiva de verla en sí misma. ¿Crees que hay diferencias o no? ¿Con cuál te sientes tú más cómoda?

Me parece que el hecho de que, en nuestro caso, lo usemos de ese modo para la medición oficial no limita para nada la mirada de inseguridad alimentaria. Lo que sucede es que, en este marco, se buscaba una medición de seguridad alimentaria que se encontrara altamente correlacionada con otras circunstancias que podrían ser también relacionadas con la pobreza, por el propósito ulterior que tenía esta medición en el marco más general de la pobreza. Pero creo que esta forma de aproximarnos a partir de la escala en particular ha mostrado un potencial muy grande para estudiar la seguridad alimentaria en sí misma, para encontrar también algunos de sus factores asociados y, sobre todo, para detectar situaciones de vulnerabilidad en el acceso a alimentos de sectores no empobrecidos. Ese es un análisis que también se puede hacer con estas metodologías; aunque, por el marco en el que nace esta medición, no se ha utilizado tanto de esta manera.

Para la medición de la pobreza se consideran en situación de vulnerabilidad nada más las personas que tienen un nivel moderado o severo de inseguridad alimentaria; o sea, los niveles más fuertes podrían estar más relacionados con la pobreza. En México, esa estimación está alrededor de uno de cada cinco hogares, pero tenemos más o menos 40% de la población en una situación de inseguridad alimentaria leve. Es decir, que están en una situación en la que les preocupa no tener dinero suficiente para poder comprar alimentos, en que ya han sentido situaciones de inquietud, de angustia alrededor de la capacidad para alimentarse, en que han tenido que modificar la variedad de sus dietas; aspectos de su alimentación cotidiana que sienten en riesgo. Ese nivel leve de inseguridad alimentaria no entra dentro de la medición. Pero, definitivamente, es una información muy valiosa, incluso para medidas preventivas. Es un instrumento que sirve para aproximarse a situaciones en las que clases medias, bajas, se encuentran también, sobre todo en momentos de crisis. Al ser un instrumento demasiado sensible a crisis, te permite identificar gente que está empezando a experimentar síntomas de inseguridad alimentar y tratar de evitar que avance desde la política pública.

Como metodología, tiene mucho potencial y niveles de validez interna y externa con otros factores relacionados no solo con la pobreza, sino también con otro tipo de vulnerabilidades muy amplias: precariedad laboral, ingresos, otro tipo de categorías estructurales de género, etnia, residencia, en fin. Es bastante consistente con ese tipo de análisis.

Pero como bien dices, las escalas de seguridad alimentaria se concentran en el acceso a alimentos. Entonces, no necesariamente están dando cuenta de cómo está la producción de alimentos, su distribución en el espacio en los territorios, la disponibilidad de alimentos nutritivos de accesibilidad física, de alimentos adecuados para las personas. Tampoco da cuenta de las condiciones en las que esos alimentos están siendo consumidos. Si tienen agua potable para cocinar, si tienen buenas instalaciones de servicios dentro de los hogares que les permitan preparar los alimentos en condiciones deseables y consumirlos. En fin, hay un conjunto de variables que no son captadas por este enfoque de las escalas y que, definitivamente, tienen que ser complementados con otros tipos de indicadores de acceso, de consumo, de producción, de distribución, para tener un mapeo mucho más comprensivo, más integral, de la seguridad alimentaria, no solo a nivel de hogares (la escala mide lo que sucede a nivel de hogares), sino a nivel de los territorios.

Eso es algo necesario y en lo que tenemos que avanzar, en México y en otros países de la región que usan la escala, como Colombia, Brasil, pues no estamos observando las desigualdades al interior de los hogares. O sea, las escalas le preguntan a quienes responden; quien responde, lo hace por todo el hogar, pero puede estar omitiendo u ocultando inequidades en la distribución de los recursos alimentarios dentro de los hogares. Hay estudios muy interesantes, cualitativos, que suelen dar cuenta de cómo hay una desigualdad de género muy fuerte atravesando la distribución de los alimentos dentro de los hogares, sobre todo mujeres adultas madres que actúan como amortiguadores de la inseguridad alimentaria de otros miembros del hogar, en particular de los niños Eso no nos lo permite ver estas escalas que están a nivel de los hogares. Son una aproximación, pero tienen que estar complementadas como con un tablero de indicadores mucho más comprensivo difícil de sintetizar en una medida.

A veces, lo que les interesa a los tomadores de decisiones, a los diseñadores de políticas, de programas, es ver un número o un indicador que concentre toda esa información y que le puedan dar seguimiento muy puntual. También por esto la escala es atractiva, porque arroja una cifra relativamente transparente; o sea, dice lo que dice y así se entiende. Pero, dado que la seguridad alimentaria es un tema multidimensional y complejo, tiene que ser medido también de esa manera.

Nosotros mismos hemos abordado ese tema que planteas de la inseguridad al interior de los hogares y creo que se ven muy claro esas desigualdades y el rol de las madres en términos de la distribución de los mismos alimentos. Sobre eso quisiera hacerte dos preguntas: ¿Hay estudios comparados sobre estas escalas, sobre la forma en que se han construido en los países que las aplican o hay variaciones entre ellos países, pero persisten exactamente estos mismos problemas entre las diferentes escalas? Por otra parte, teniendo en cuenta tu experiencia en el desarrollo de la encuesta, y ahora desde el lado de la academia, ¿qué otras cosas crees y ves que podrían complementarse o mejorar esta y otras escalas?

Sí, si existen estudios que comparan el funcionamiento de las escalas. Son muy técnicos, elaborados sobre todo por quienes hemos estado formando parte de esos proyectos para la difusión de las escalas en nuestros países. Como te decía, la escala es un instrumento muy atractivo porque permite también comparabilidad y tener estimaciones transparentes y más o menos claras, conceptual y metodológicamente, de lo que está pasando, muy correlacionadas con otras situaciones de vulnerabilidad. Entonces, representan muchas ventajas y quienes están interesados en que se utilice cada vez han hecho muchos estudios comparativos, mucho trabajo de adaptación cultural a partir de trabajo cualitativo para que las escalas tengan sentido en cada país. Periódicamente, se hacen validaciones estadísticas para garantizar la validez interna de las escalas; o sea, que el constructo de seguridad alimentaria sea justo lo que se están midiendo. Y ese tipo de validaciones, de evaluaciones del instrumento como tal, suelen ser favorables.

Lo que se ha encontrado es que, la inseguridad alimentaria es un fenómeno también digamos dinámico. En su propia naturaleza va cambiando, pues las condiciones que propician la inseguridad alimentaria o que llegan a representar obstáculos para el acceso a los alimentos van cambiando. Hay preguntas que van dejando, quizás, de tener sentido en algunos contextos y otras que se van volviendo menos informativas en el marco de la escala; el instrumento tendría también que irse actualizando a nuevas realidades. Por ejemplo, si en algún momento estuvo pensado en contextos de muchísima escasez y lo captaba bien (escasez de alimentos, digamos en general), ahora, en un contexto de más disponibilidad de alimentos, pero no de la mejor calidad, la escala tendría que ir pensando cómo profundizar en el tema de la calidad de los alimentos a los que tienen acceso.

Hay estudios críticos, pero no son realmente muchos. La agenda para repensar la escala está ahí, pero necesita agarrar un poco de vuelo, porque no estaba dentro de sus objetivos. No es algo que la escala haga mal por diseño, sino que nunca estuvo pensada para medir, por ejemplo, inequidades dentro de los hogares. Pero quienes estamos interesados en el tema tenemos que decir: “Bueno, hasta aquí tenemos una visión parcial”.

Nosotros hicimos muchos ejercicios, pero en el marco del trabajo institucional, que tiene que ver con las dificultades de la escala para identificar patrones crónicos de inseguridad alimentaria. Es un instrumento que funciona muy bien ante las crisis y es muy reactivo a los cambios desde el fraseo de sus preguntas. Por ejemplo, “¿en los últimos tres meses, por falta de dinero u otros recursos, usted o algún otro adulto en su familia ha experimentado tal situación relacionada con los alimentos? Si efectivamente en los últimos tres meses hay algo que las personas recuerdan como muy llamativo, lo van a reportar.

En México, por ejemplo, la cifra subió mucho entre 2008 y 2010, cuando la crisis alimentaria internacional. Ahí la escala mostró una sensibilidad bastante interesante. Pero tenemos grupos de población en una situación de precariedad crónica, dentro de los que hay muchos que responden negativamente a todas las preguntas de la escala; o sea, dicen que están en seguridad alimentaria. Ahí hemos hecho un perfilamiento y nos damos cuenta que son grupos rurales, indígenas, a veces monolingües, con informantes de edades avanzadas, etc., sobre todo que concentran características de precariedad profunda y tentativamente crónica, que no están distinguiendo este detalle fino que querría encontrar la escala. La cifra anda por 40% en lugares de pobreza extrema, que por definición el dinero no les alcanza para comprar una canasta básica alimentaria, que contestan que NO a todo y que entonces están en seguridad alimentaria.

La otra cuestión es que hay preguntas en la escala que son un poco complicadas de responder en términos socioafectivos. Esto es también algo que habría que explorar con mucho más detalle, pero que se ha encontrado en estudios cualitativos, algunos que encargamos incluso desde el propio CONEVAL en su momento y en otros proyectos (yo misma hice mi tesis doctoral alrededor de estos temas y estoy dirigiendo una tesis que también está encontrado ese tipo de cosas). Para ciertas personas que están pasando por situaciones críticas y que sí tienen dificultades para alimentarse, reconocer esto públicamente se vive como algo un tanto humillante. Ser capaz de comer es parte de las competencias básicas de los sujetos y tener que confesar que se está teniendo dificultades al respecto, para cierto tipo de personas puede resultar un poco complicado en algunas ocasiones. Esos son problemas a lo mejor inherentes a los instrumentos estadísticos; o sea, son problemas que también encontramos en otro tipo de información que creemos más objetiva, como el ingreso, por ejemplo, que también está lleno de percepciones subjetivas y de interpretaciones. No es un dato puro, estrictamente real, pero que hay que tomarlo en cuenta a la hora de hacer un análisis.

Sí, esa es una agenda que yo creo que se tiene que fortalecer muchísimo, como hablar con más profundidad de experiencias de inseguridad alimentaria y ser mucho más claros y modestos en el alcance que tienen esos instrumentos políticos para hablar del conjunto de la experiencia. Definitivamente, son estimaciones que tienen que complementarse con otros indicadores y preguntas, con otras experiencias subjetivas.

El número de preguntas también es complejo. Nosotros hacemos 48 preguntas y un cuestionario demasiado largo afecta. En el caso mexicano también es un número extenso de preguntas, solamente de inseguridad alimentaria tienen 12. ¿El número y el orden de las preguntas ustedes lo han revisado experimentalmente? Es decir, ¿se han dado cuenta si comenzar la escala, por ejemplo, hablando de alimentación puede afectar más o menos que si aparece en un segundo momento o algo por el estilo? ¿O hacer las preguntas de un determinado modo puede incidir? ¿Han visto si eso cambia los resultados?

La escala por diseño, conceptualmente, implica que en esas escalas de severidad las preguntas deben seguir un orden de intensidad específico porque la escala es un continuum, como un gradiente de severidad. Entonces, hay que cuidar en el diseño que empiece con las situaciones más leves y vaya avanzando hacia las más severas. No hay mucho margen para jugar con el orden de las preguntas. Aun así, en este proceso que comentaba yo de adaptación a los contextos específicos, cuando México quiso hacer el recorte para pasar de 16 a 12, cuidó que ese continuum de severidad se mantuviera y que las preguntas que quitara no generaran picos hacia arriba o hacia abajo, sino que se mantuvieran las curvas de severidad relativamente razonables. El orden en ese tipo de instrumentos de escalas importa, e importa mucho.

En parte de esos estudios críticos y en estos años que tenemos desde 2008 hasta la actualidad aplicando las encuestas bienales, hay preguntas que parecen estarse comportando de una manera atípica, empezando a generar este tipo de picos, que sugieren que habría que encontrarles un mejor orden o pensar incluso si vale la pena mantenerlas. Si están generando picos en respuestas negativas, son como un poco disruptivos de la escala y hay que considerar que la pregunta a lo mejor ya no está aportando lo mismo a la medición del constructo.

Eso es posible evaluarlo con técnicas de validación estadística. Al momento de hacer el recorte se hicieron las pruebas, que en ese momento funcionaron, pero el llamado de las críticas más recientes es que se tiene que volver a revisar porque el fenómeno cambia y la escala tiene que reajustarse a la naturaleza contemporánea del fenómeno.

En términos de lo que tú crees que deberían ser estos estudios a propósito de las escalas, ¿por qué rutas deberían empezar a orientarse las investigaciones alrededor de estas escalas? ¿Qué crees tú que valdría la pena empezar a pensarse, a investigar? ¿Dónde queda todavía mucha incertidumbre frente a los hallazgos o los vacíos, o qué aspectos quedarían por trabajar?

Yo creo que valdría la pena hacer una agenda de investigación en toda la posibilidad de ajustar la escala a nuevas circunstancias. A un contexto, como decía, donde ya no es necesariamente la escasez de alimentos, sino otra circunstancia que tiene que ver más con la disponibilidad de los alimentos al alcance de las personas y su calidad. Y, justamente, conocer si el potencial explicativo, informativo, de estas preguntas en ese orden se sostiene.

Hay otras técnicas de validación estadística que no son de escalas y que no son exactamente las que se han estado utilizando desde los organismos internacionales que promueven el uso de la escala, que sí acusan problemas. Creo que hay que poner a disposición de las metodologías existentes y más nuevas otro tipo de técnicas de validación a la escala. Hacer toda una agenda de validación estadística multitécnica, desde el concurso de varios académicos, de usuarios de la escala, etc., que identifiquen estas dificultades desde los hallazgos con los resultados hasta estos procesos de validación más específicas. O sea, no seguir utilizando la técnica de validación que te da los mismos resultados cuando hay otra otras posibilidades de validación que quizás serían más pertinentes ahora.

En el caso mexicano, dado que la escala mexicana está tan vinculada a la medición de la pobreza, es a veces difícil introducir cambios. O sea, la propia metodología establece un período de al menos diez años para hacerle cambios a los indicadores, a los instrumentos, etc., para mantener cierta continuidad. Pero la agenda de investigación no tiene por qué estar cuadrada a las necesidades de la metodología y sería muy valioso que se empezara a trabajar una nueva agenda de validación de la escala como tal. Al mismo tiempo, creo que hay que insistir en la necesidad de validarla, en otros términos, cualitativamente.

Y que quienes hacen investigación cualitativa no estén tan peleados con la idea de utilizar una escala, porque también eso pasa. Como socioantropóloga o antrosocióloga, tengo colegas que dicen: “Yo qué voy a andar usando una escala. No, yo no quiero una visión instrumentalizada de cómo voy a estudiar el tema”, y son muy reacios a si quiera pensar en validar ese tipo de instrumentos con técnicas cualitativas. Pero yo creo que sí sería muy importante y muy rico pensar en hacerlo. Entender qué significa cada pregunta en un contexto específico para personas específicas. ¿Por qué me contestan así? ¿Qué percepción tienen del conjunto de estas preguntas que les estoy haciendo? ¿Cómo cambian si yo lo pregunto en un contexto o en otro? ¿Si lo pregunto en un momento particular de abundancia de recursos versus si lo pregunto en un momento de crisis o de escasez? ¿Qué pasa si lo pregunto en contextos indígenas, rurales? En fin, volver a hacer esas preguntas básicas porque la realidad va cambiando y hay que volver a hacer ese tipo de validaciones tanto cualitativas como cuantitativas.

E implementar una tercera agenda en torno a las limitaciones de la escala que, insisto, no son porque le salgan mal, sino porque no está diseñada para hacerlas, como las desigualdades intrahogar, de género, como toda esta serie de fenómenos asociados a la inseguridad alimentaria. Yo creo que es muy importante trabajar en esos espacios. Cualitativamente, a mí lo que me interesa (y es en lo que trabajo ahora) es esta idea de que la seguridad alimentaria, incluso la que se refleja en las mediciones, no es una condición estática que se tiene o no se tiene, sino que es un proceso. Hay una serie de circunstancias, de prácticas, de trabajos y de relaciones que llevan a que nuestras familias tengan o no la capacidad de acceder alimentos. No es un fenómeno aislado de otros e incluso en la medición en términos cuantitativos no puede ser interpretada justo en términos aislados.

Quiero hacerte una última pregunta que divido en dos partes. Por un lado, ¿qué opinas de la aproximación que tienen la FAO y el Programa Mundial de Alimentos a esta medición de la seguridad alimentaria? Y, en segundo lugar, ¿cuáles son tus consideraciones sobre este mapa del hambre que hace el Programa Mundial de Alimentos? Esto último quisiera que lo relacionaras, si es posible, con el uso de la inteligencia artificial, teniendo en cuenta que es algo que utilizan en su medición en aquellos países donde no pueden entrar.

Me parece que la FAO ha hecho intentos y que ese paradigma de la seguridad alimentaria que ha promovido, con todo este abordaje metodológico y técnico, tiene una lectura política muy interesante, muy crítica. Cuando uno utiliza estos instrumentos, hay que conocerla y saber que viene también de una reforma hasta en el lenguaje en el que la FAO y los países desarrollados empiezan a reconocer que tienen problemas de carencias alimentarias, de privaciones alimentarias, población más pobre; en particular del lenguaje del hambre y de la desnutrición, etc. Entonces, surge todo este nuevo enfoque que los distancian de estas situaciones demasiado conocidas en los países en subdesarrollo. O sea, hay toda una historia dentro del concepto y nunca está de más conocerla y entender de dónde viene todo el enfoque y hacia dónde quiere ir.

Un poco, las críticas que se hacen es que esta idea de la seguridad alimentaria es un suavizamiento de la situación de privaciones extremas que todavía existen. Se ha querido matizar el escándalo alrededor de las situaciones de hambre y de desnutrición que todavía persisten en el mundo e incluso que comienzan a ser más graves en países desarrollados.

Pero, ya teniendo este enfoque sobre la mesa, con esos instrumentos, me parece que son útiles porque permiten aproximar a lo que existió antes con un enfoque más centrado en la desnutrición, en la subalimentación y en el hambre como tal. Es un enfoque con mediciones que permiten identificar un problema antes de que se convierta en una situación de hambre y que sea severa. En ese sentido, me parece interesante cómo este tipo de estudios trata de poder reestablecer comparaciones internacionales a partir de la medición de estos indicadores que incluyen la escala. Para el propósito que fue diseñado, me parece interesante y útil para lo que dice. Creo que, siendo críticos de los alcances y limitaciones del enfoque de los instrumentos, es muy útil, siempre y cuando se entienda que hay que complementarlo y conceptualizarlo.

Sobre el tema de los mapas de hambre, me parece que para estas aproximaciones se requiere mucha creatividad, mucho ingenio, para intentar diagnosticar o dar cuenta de las mismas situaciones donde no hay información ni motivaciones, incentivos o la disposición a generar información sobre ciertos temas y abrir ciertas discusiones. Yo todavía soy muy ignorante del potencial y las limitaciones de este tipo de aproximaciones a través de inteligencia artificial. Ahí todavía no entiendo bien cómo funciona y no me animaría a tener una opinión formal al respecto, creo que me falta saber mucho.

Pero tenemos antecedentes de un conjunto de mediciones con limitaciones semejantes; o sea, no hay información, no tengo el nivel de desagregación necesario, los datos no los tengo en el tiempo, no son longitudinales y por tanto no puedo hablar de cambio. En fin, una serie de limitaciones de los datos que han motivado un conjunto de metodología de estimación indirecta que a mí me parece importante, necesario, siempre y cuando sea súper transparente. Para mí, la clave de todo es que sea muy claro que lo que estamos haciendo es un recorte específico de la realidad con la información disponible, con estas metodologías que funcionan de esta manera. Mientras avance así el conocimiento de lo que vamos obteniendo, que ofrezcan elementos para juzgar si esa información es útil o pertinente para ciertos contextos, en ciertos momentos, etc., y para decir lo que queremos decir, creo que está bien.

A pesar de que ya todo el mundo habla de seguridad alimentaria y está muy de acuerdo con el enfoque, algo que se ha tomado mucho menos seriamente es el desarrollo de sistemas de información al respecto. Seguimos dependiendo de encuestas para cada dimensión, pues de los sistemas de indicadores del sector agropecuario, que a veces tienen rigor en la periodicidad con la información que publican, tenemos muchas carencias de información georreferenciada, por ejemplo, o de información básica de ingresos que podamos relacionar con el acceso a alimentos. O sea, se ha tomado con mucho menos entusiasmo la generación de información para nutrirlo. Esto a veces tiene una explicación muy clara, pues es caro generar información y, entre más detalle quieras, más caro todavía. Y a veces está el dilema de dar de comer o generar información acerca del hambre; ojalá pudiéramos trascenderlo, dándonos cuenta de que las dos cosas son igualmente importantes. Este también es otro espacio de la agenda.

Lo mismo puede pasar con las nuevas metodologías de inteligencias artificiales. En su momento, las escalas han sido muy criticadas por ciertos sectores con una visión muy particular de cómo tienen que ser las mediciones; yo lo viví como parte de la medición de la pobreza. Hay una idea muy particular de cómo se debe medir la pobreza, como una situación cuantificable, conmensurable, objetiva, etc. Pero las escalas han hecho mucho ruido porque se les considera (y con razón) que son de percepción, que son instrumentos demasiado subjetivos. Entonces, a pesar de que han demostrado correlaciones muy estrechas con el ingreso, con variables, de bienestar mucho más fijas y pretendidamente objetivas como las condiciones materiales económicas, se le acusa mucho de ser demasiado subjetiva, pues “depende de cada quien”. Y pues sí, justamente es la definición de lo subjetivo, ¿no?

Pero eso no lo hace menos riguroso y menos valioso. Estamos hablando de experiencias específicas de personas, de sujetos específicos, en contextos también específicos, que se enfrentan a obstáculos particulares para acceder alimentos. Y lo que estamos viendo, lo que estamos tratando de hacer, es encontrar patrones o tendencias en las experiencias de otras personas.

También ahí ha habido un trabajo de las personas que manejamos la escala que, a veces, con tal de posicionarla como un instrumento de medición útil, en aras de elevar su potencial técnico, hemos querido enfatizar su potencial explicativo en términos objetivos. Creo que ahí hay un error. Hay que defender el aporte de subjetividad que efectivamente dan las escalas y plantearnos seriamente la discusión de cuán objetivas son en realidad otro tipo de informaciones que podamos tener, como la de ingreso. También hay mucha literatura sobre cómo estadísticamente la información que tenemos de ingreso u otros indicadores económicos o financieros también tienen elementos subjetivos, incluso psicológico, socioemocional, súper detectables.

Hay que abrir una agenda para ir pensando como el abogado del diablo y adelantarnos a ciertas críticas que se puedan generar en torno a nuevas metodologías, a nuevas técnicas.

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Entrevista a Paloma Villagómez, socióloga de la Universidad de Guadalajara, Máster en población y desarrollo por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-México), y Doctora en ciencia social con especialidad en sociología por El Colegio de México. Investigadora Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIS-UNAM). Se especializa en estudios de pobreza, seguridad alimentaria, desigualdades sociales, trabajo reproductivo, trabajo alimentario y movilidad social. Fue directora de normas y métodos de medición de la pobreza en el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) entre los años 2011 y 2014; hasta el año 2019 se desempeñó como Directora General Adjunta de lineamientos de medición de pobreza y desarrollo social. Actualmente es Profesora Investigadora de tiempo completo en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara.  

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