Ramón y Yeya
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Ramón y Yeya son dos ancianos que viven solos en un municipio periférico de La Habana. Él tiene 87 años y ella 80. Tuvieron dos hijas, de las cuales solo una vive aún. Ambos son originarios de Pinar del Río, pero en los años 70 emigraron para la capital.
Su historia es muy interesante. Resulta que cuando eran jóvenes, antes de que triunfara la Revolución cubana, ambos tenían unas tierras de extensión media, en Pinar del Río, que Ramón, sacrificadamente, trabajaban él y sus hermanos. Ramón no era terrateniente, ni latifundista; esa tierra era herencia de varias generaciones antes de él. En la finca, sembraban viandas, hortalizas y tenían árboles frutales. En unos corrales había cerdos, tenían gallinas y otras aves de corral, así como 5 vacas, 2 toros y algún otro ganado menor. Como se puede apreciar, no era mucho; pero, según cuentan estos ancianos, era suficiente para comer bien toda la familia, tomar leche de vaca o chiva y, si la cosecha era buena, hasta comerciaban algunos de los excedentes. Eran, en esencia, campesinos comunes que trabajaban duro la tierra y podían comer de ella.
Pero, con el triunfo de la Revolución y la implantación de las reformas agrarias, un buen día llegaron a su finca funcionarios gubernamentales y les dijeron que necesitaban 80% de sus tierras para incorporarlas a una nueva cooperativa que se iba a hacer en la zona. Podían conservar un toro y una vaca, pero las demás reses, incluido el ganado menor, tenían que ir para la cooperativa. En teoría, por los “daños ocasionados”, Ramón y su familia serían indemnizados con una suma incoherente que sería pagada diferidamente. Ramón quedaba invitado a trabajar en la cooperativa.
Esto lo decepcionó mucho. Ramón finalmente vendería lo que quedaba de tierras y saldría para la Habana, donde, después de varios años erráticos, se asentaría en la casa que hoy habita. Ahí nacieron sus hijas y murió la mayor, que había nacido enferma y solo pudo vivir 31 años.
Ramón y Yeya han vivido todos estos años como la mayoría de los cubanos humildes. Al igual que al resto del país, la pandemia del COVID y la consecuente crisis económica afectó críticamente la vida de estos ancianos. Como Yeya siempre fue ama de casa, no percibe jubilación, solo tienen la pensión de Ramón, que es de 2 200 CUP.
Cuba es el país más envejecido de América Latina y su tendencia demográfica es negativa, con un éxodo constante de mano de obra calificada y joven, que sale en busca de una vida mejor. La mayoría de los ancianos están en situación de vulnerabilidad y, sobre todo, sufren de inseguridad alimentaria. Al preguntar cómo hacen con poco más de 2 000 pesos cubanos para sobrevivir, nos cuentan que, básicamente, viven de lo que la hija les puede dar. Con su dinero, apenas les alcanza para pagar corriente, agua y los productos racionados que muchas veces están en falta.
Justo de los productos racionados como el huevo o el picadillo dependen Ramón y Yeya. Sin embargo, hace más de dos meses que a la carnicería no entran los 5 huevos de la cuota, ni el pollo; solo ha entrado un picadillo supuestamente de soya, de calidad pésima. Por tanto, llevan dos meses comiendo muy poca proteína, según cuenta Yeya. Muchas veces almuerzan el pan de la cuota, o dos o tres galletas de sal del paquete de 150 cup. En ocasiones compran boniato, que es un poco más barato, y comen boniato hervido. Su hija, quien los ayuda como puede y vive sola con su esposo, hace lo posible por comprarles algo de proteínas como huevos; no el cartón completo, pero sí algunos para que puedan comer unos días.
Ramón hace una reflexión que da qué pensar. Dice que cuando el tenía sus tierras era materialmente muy pobre, no tenían corriente eléctrica, vivían en una casa de madera con piso de tierra, casi sin ropa o zapatos. Sin embargo, jamás dejó de comer o de tomar leche. También reconoce que no todo el mundo podía en aquella época: había campesinos más pobres que ellos, a quienes no les daba para comer, y vio mucha gente pasando trabajo. No obstante, Ramón dice que nunca ha sido tan pobre como ahora: a pesar de tener televisor, corriente y más ropa, no tiene apenas qué comer. No se explica cómo antes, con tan pocos recursos, el campo producía y ahora, después de tantos años, no haya ni azúcar.
Este testimonio de Ramón y Yeya puede ser perfectamente el de cualquier anciano cubano. Incluso se puede afirmar que hay miles aún peor, que dependen de los comedores de asistencia social, de la caridad de vecinos para poder llevarse a la boca un plato de comida al día. En Cuba, la situación de ancianos como ellos tiende a empeorarse a corto plazo. Se hace urgente que las autoridades cubanas tomen medidas reales y efectivas que protejan a las personas de la tercera edad.