Isidro Beltrán y la cosecha perdida
Isidro Beltrán vive en Güira de Melena. Es un campesino que ha dedicado toda su vida a los campos de la región. Su rostro curtido cuenta la historia de esfuerzo y sacrificio. Sin embargo, este año, la cosecha que tanto esperaba se ha perdido. Gran parte de la culpa la hace recaer en el Estado, nos cuenta.
Isidro plantó sus surcos con ilusión, confiando en que su trabajo daría frutos. Pero cuando llegó el momento de la recolección, Acopio, la empresa estatal encargada de recoger las producciones, brilló por su ausencia. Las cosechas de yuca, boniato y plátano se marchitaron bajo el sol, y los frutos se pudrieron en la tierra. Isidro no cuenta con refrigeración o con un almacén para guardar las plantaciones por mucho tiempo. Las intensas lluvias de todo junio han sido problemáticas en vez de necesarias.
Isidro intentó vender parte de su cosecha por su cuenta, pero se encontró con obstáculos insalvables. En el punto de control que conecta a San Antonio de los Baños con Santiago de las Vegas los funcionarios estatales le decomisaron todo el camión. “¿Cómo es posible?”, se preguntó Isidro. Para este tipo de arbitrariedades nunca hay respuesta.
Isidro se pregunta cómo llegaron a este punto. La tierra, que una vez prometía prosperidad, ahora yace estéril. Sus cosechas que solían ser su orgullo, se pudrieron, se destruyeron o las decomisaron por no tener permiso de traslado hacia La Habana. La burocracia y la falta de coordinación han dejado a los campesinos como él sin opciones; aunque sobran las oportunidades para lograr una mejoría en el sector más importante para el desarrollo de un país.
Isidro revisa los documentos que le exigen entregar para recibir subsidios o ayuda. Las solicitudes se acumulan en un rincón, sin respuesta. “¿Por qué es tan difícil?”, pregunta. “Solo quiero alimentar a mi familia y ayudar a que el país tenga menos hambre”. Pero las promesas de reformas agrarias y apoyo gubernamental parecen evaporarse en el aire caliente del campo. No hay machetes, no hay tractores, no hay piezas, no hay combustible para trasladar los alimentos, en resumen: no hay apoyo para los productores.
Aun así, Isidro no se rinde. Aunque la cosecha se perdió, sigue sembrando. Cada surco en la tierra es un acto de resistencia. “No puedo depender del Estado”, dice con determinación. “La tierra es mi única esperanza”. Y así, con manos curtidas y sudor en la frente, planta nuevas semillas, desafiando la adversidad y luchando por un futuro donde la comida no sea un lujo, sino un derecho básico.