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Crisis, desamparo y solidaridad durante el apagón de octubre 2024

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Lo que comenzó siendo un chiste, una reunión de amigos terminó por ser una grandísima reflexión. A Alberto Diéguez de 38 años, no le molestó que la corriente se fuera todo el viernes, incluso todo el sábado. Pero cuando la comida comenzó a arruinarse, terminándose todas sus reservas, su estado anímico cambió drásticamente. 

En octubre de 2024, por la falta de combustible, el deterioro de la infraestructura energética y los pésimos cálculos del Gobierno cubano, todo el país se quedó a oscuras durante varios días. Lo que pareciera una anomalía en la vida moderna actual, ya era un pronóstico esperado por los cubanos que venían sufriendo hasta 12 horas de apagón diarias. Debido a la caída total del sistema en el país, y la imposibilidad de levantarlo de forma territorial, muchas zonas permanecieron hasta 90 horas seguidas sin corriente eléctrica. Alberto fue uno de los afectados por esa cantidad de tiempo. Él vive en Guanajay, y Artemisa como provincia no fue prioridad nacional.

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Ante la pérdida inminente de alimentos, Alberto propuso componer una caldosa, una comida conjunta con el aporte de algunos vecinos que veían el peligro de que sus alimentos se pudrieran con las altas temperaturas. Mientras unos recurrían a alguna técnica desesperada de conservación, sin poder cocinar ni refrigerar, otros buscaron el consuelo de la comunidad. “En aquella caldosa se echó de todo”, afirma. “Era lo único que podíamos hacer”. Ante la calamidad, el barrio disfrutó de una comida decente que, en otras condiciones no se darían el lujo de elaborar, ya que las raciones y las proteínas se dividen, alargan y aprovechan cuanto sea posible en medio de la escasez en el país.

Lo que para algunos fue un día más dentro de las posibilidades de un país tercermundista, Alberto reflexionó con dolor muchas de las decisiones que tomó en el pasado. Él es un cubano más que desea vivir en Cuba, aquí nació él y también nació su hija. Pero entiende que las condiciones de educación y alimentación que existen hoy, no son factibles para su niña.

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 Alberto cocinó la caldosa y también un arroz imperial usando el único recurso disponible: carbón. “Parecía la fiesta del CDR”, comenta jocosamente. Cuando nadie más vino con la asistencia ni los soportes adecuados, cuando no parecía haber esperanzas de solución, los vecinos se ayudaron entre ellos mismos. Lamentablemente esta fue una excepción y muchas familias y vecinos vieron arruinarse su comida y luego restringir aún más sus pocas pertenencias, ante la imposibilidad de coordinar una acción como la emprendida por Alberto.

A esperas de que finalmente termine la temporada ciclónica que tantos daños ha ocasionado al país, y con el deseo que de todo vuelva a la “normalidad”, al menos a esa normalidad precaria a la que ya todos están acostumbrados, a Alberto ya no le da placer proponer una caldosa colectiva. Alberto está cansado, es otro cubano que, aún queriendo vivir en Cuba, se está planteando la posibilidad de irse para siempre. 

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