Todo por mis hijos
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Claudia es una de las miles de madres cubanas que enfrentan a diario la escasez de alimentos en el país. Su historia es también un testimonio de la lucha por la supervivencia, sacrificio y amor maternal.
Nació en Paso de Cuba, un pueblito junto al viaducto de la Farola, a medio camino entre Imías y Baracoa; en la provincia de Guantánamo. Allí ha vivido toda la vida, estudió y se dedicó a la docencia. Era una maestra de primaria respetada por sus alumnos, a los que enseñaba con orgullo y vocación. Sin embargo, su vida cambió radicalmente dos años atrás, cuando la crisis alimentaria en Cuba se agudizó y empezó a afectar a su familia.
“Antes podíamos comprar lo que necesitábamos con el salario que ganábamos. No éramos ricos, pero vivíamos dignamente. Ahora todo es diferente. Los precios se han disparado, los alimentos escasean, las colas son interminables. Es una pesadilla”.
Claudia es madre soltera de dos hijos: un niño de 10 años y una niña de 8, que son su razón de vivir. “Haría cualquier cosa por ellos, incluso sacrificar su propia felicidad”. Cuando vio que la canasta básica no les alcanzaba para todas las comidas del día, tomó la difícil solución de prescindir del desayuno. Cada día que no tenía pan para sus hijos, Claudia dejó de enviarlos a la escuela.
“No quería que mis hijos pasaran hambre ni que se desmayaran por inanición en el aula. Pensé que era lo mejor para ellos, pero no conté con las consecuencias”.
Su ausentismo escolar no pasó desapercibido por las autoridades educativas, quienes la llamaron a rendir cuentas. Claudia trató de explicar su situación, pero no encontró comprensión ni apoyo. Al contrario, la acusaron de irresponsable y de violar el régimen de asistencia escolar. Le advirtieron que, si seguían faltando los niños, ella perdería su trabajo.
“Me sentí humillada y desesperada. No podía creer que me trataran así, aun sabiendo lo mala que está la cosa. Yo solo quería proteger a mis hijos, no hacerles daño. Pero ellos no entendieron, no me ayudaron. Me dejaron sola”.
Fue entonces cuando decidió buscar otro trabajo, uno en que le pagaran más y tuviera mayor flexibilidad. Dejó la escuela y se convirtió en asistente de enfermería en un hospital cercano. Allí labora desde entonces, ayudando a médicos y enfermeras con la atención de los pacientes.
Pero su nuevo trabajo no le trajo la tranquilidad que esperaba, pues el salario sigue siendo insuficiente para cubrir sus necesidades y las de sus hijos. Además, tiene que hacer “malabares” para conseguir los alimentos específicos que necesita uno de sus pequeños, intolerante a ciertos productos como la leche y los huevos.
“Es un estrés constante. Tú sales a buscar cualquier cosa para el niño y no la encuentras y si lo haces es carísimo. ¿Tú sabes lo difícil que es vivir así, con esa necesidad en un país como este?”
Ante tanta adversidad, asegura que se vio obligada a hacer cosas que nunca en su vida pensó que haría. Para conseguir comida, tuvo que recurrir a una especie de prostitución de supervivencia. Empezó a salir con hombres bajo el criterio de intercambiar alimentos por favores sexuales. Claudia no sentía nada por ellos, solo los veía como una forma de escapar del hambre.
“Mis hijos no saben lo que hago para buscar comida”, repite, mientras agacha la mirada. A ellos les oculta su verdadera situación, inventando excusas para justificar sus salidas y sus regalos. No quiere que sus hijos sepan la verdad, ni que la juzguen o la rechacen. Los quiere y los cuida con devoción, pero siente vergüenza y culpa por lo que hace.
Con la complicidad del secreto, Claudia muestra algunos de los alimentos que ha conseguido recientemente de sus amantes: arroz, plátanos, aceite, pescado, queso, azúcar. Todos son productos que escasean en el mercado estatal y que muchas veces solo se pueden obtener en el mercado negro o con divisas.
“Estos son los alimentos que he podido conseguir con mucho esfuerzo y sacrificio. Si yo no hiciera lo que hago, te digo que en esta casa no se comiera. No son suficientes, pero con ellos es que alimento a mis hijos. No me preocupo por mí, yo como lo que sobra. Lo importante es que ellos estén bien”.
Claudia ha perdido la esperanza de tener una vida mejor. Busca parejas como quien busca trabajo y cuando un hombre es capaz de buscar comida para ella y sus hijos, está con él. Aventuras de una noche, sin amor ni compromiso. Es “el precio por comer”, resalta con una expresión de tristeza una madre dispuesta a todo por sus hijos.