Jarabe dulce, la amarga solución de un cubano para enfrentar la crisis
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Fermín Delgado es un hombre de 63 años que vive en la provincia de Guantánamo, al oriente de Cuba. Su trabajo consiste en cuidar una obra constructiva que lleva meses paralizada por falta de recursos. Su horario es de 12 horas por jornada cada dos días, y su salario mensual apenas llega a los 3 000 pesos cubanos (unos 11 dólares). Con ese dinero tiene que cubrir todas sus necesidades básicas, que son muchas y cada vez más difíciles de satisfacer.
Este anciano vive solo en una pequeña casa de madera; allí tiene agua, electricidad y un viejo refrigerador que, para su pesar, casi siempre está vacío. Fermín es uno de los tantos cubanos que padecen la grave crisis económica que afecta a la Isla.
Su única entrada monetaria apenas le alcanza para comprar los productos de la canasta básica, que son insuficientes y de baja calidad. El arroz, el azúcar y el aceite son algunos de los alimentos que recibe por la libreta de abastecimiento, pero no le duran más de dos semanas. El resto del tiempo tiene que ingeniárselas para conseguir algo que comer.
Ante esta situación, ha tenido que buscar alternativas poco ortodoxas para alimentarse. Por increíble que parezca, ha tenido que comprar jarabes dulces en la farmacia para endulzar el café, los atoles y hasta refrescos. Estos jarabes, que se venden como medicamentos para la tos, el dolor de garganta y otras afecciones, contienen azúcar por la miel con que se realizan, pero no están concebidos para ingerirse en grandes cantidades. Sin embargo, Fermín los consume a diario, pues dice que son lo único que le da “un poco de sabor a su vida”.
“Es una forma de engañar al estómago y al paladar. No tengo otra opción, porque el azúcar está muy cara y escasa en la calle. A veces me da pena comprar estos jarabes, porque sé que hay gente que los necesita de verdad, pero yo también los necesito para sobrevivir”, confiesa, mientras muestra los pomos vacíos que guarda en un rincón de su casa.
Fermín no es el único que recurre a estos jarabes para endulzar sus alimentos. De hecho, esta práctica se ha extendido entre los cubanos más pobres, que no pueden acceder a otros productos más nutritivos y saludables. De igual modo, los baratos precios del jarabe en la farmacia y el hecho de que no necesiten prescripción médica para comprarse los convierten en una alternativa asequible a los edulcorantes. Se tiene que tomar en cuenta que una libra de azúcar se cotiza en el mercado negro a 250 pesos y los refrescos instantáneos los venden por encima de los 50 pesos.
Esta es la realidad de muchos cubanos que sufren las consecuencias de un sistema que no les garantiza una vida digna y que les obliga a recurrir a medidas desesperadas para subsistir. Fermín es uno de ellos, pero no pierde la esperanza de que algún día las cosas cambien para mejor.
“Yo sigo trabajando y luchando, porque no me queda otra. No sé si veré el cambio, pero tengo fe en que algún día mis hijos y mis nietos no pasen este trabajo”, dice, con una sonrisa amarga y resignada.
“Lo que más extraño es comer un pescado de los buenos, de mar, una carne jugosa, un dulce casero. Antes podía darme esos gustos de vez en cuando, pero ahora es imposible. Todo está carísimo o no se encuentra. Y compro jarabe porque es eso o morirme de hambre. Yo no le pido nada al Gobierno, ni a nadie. Solo quiero poder trabajar y comer dignamente, como cualquier ser humano. No creo que sea mucho pedir. Pero parece que en este país eso es un sueño imposible. Ojalá algún día se pueda hacer eso como antes”.
Este es el testimonio de Fermín Delgado, un cubano que sobrevive a la crisis económica con jarabes dulces. Su historia es una de las tantas que reflejan la difícil situación que atraviesa la Isla y su voz es una de las que claman por un cambio urgente y necesario, que les permita vivir con dignidad.